Acabo de conocer la noticia de la muerte de Aaron Swartz, la muerte de su carne, no de su obra.
Al leerla, he sentido en mi alma un aldabonazo y mi espíritu ha querido sacudirse de tanta hipocresía y apariencia.
Pienso en la vida que ha quedado por vivir, pero sé que sembró semillas de curiosidad, de solidaridad y de libertad, y, desde donde esté, recogerá sus frutos.
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