Nos afanamos por que l@s niñ@s lean. 
Acabo de ver un fragmento de la obra Como una novela de Daniel Pennac: "Los derechos del lector".  
El primero es el "Derecho a no leer". 
Parece contradictorio con el objetivo que se persigue, pero no lo es.   
No nos paramos a pensar que lo que suponga obligación no llega a ninguna parte. 
Se trata, pues, de que los niños se acerquen a los libros por puro placer y de la forma que se considere oportuna. 
Para conseguirlo hay que hacer  como el agricultor, regar las semillas que plantamos  y, con paciencia, esperar sus frutos.    
Algún día tendremos la recompensa.
Repetimos su decálogo:
"El hombre construye casas porque está 
vivo, pero escribe libros  porque se sabe mortal. Habita en bandas 
porque es gregario, pero lee  porque sabe que está solo. La lectura no 
toma el lugar de nadie más,  pero ninguna otra compañía pudiese 
remplazarla" . 
Ahora intentamos explicar cada uno de esos derechos.
1. Derecho a no leer. Sin este  derecho la lectura sería una trampa perversa. La libertad de escribir no  puede ir acompañada del deber de leer.
2. El derecho a saltarse las páginas. Por  razones que sólo nos conciernen a nosotros y al libro que leemos.
3.  El derecho a no terminar el libro.
    Hay 36.000 motivos para abandonar una lectura antes del final: la   
 sensación de ya leída, una historia que no engancha, desaprobación de 
la tesis del autor... Inútil enumerar los 35.995 motivos restantes, 
donde bien    podía estar un posible dolor de muelas.
4. El derecho a releer. Por el placer de  la repetición, la alegría de los reencuentros, la comprobación de la  intimidad.
5. El derecho a leer cualquier cosa. Buscamos escritores, buscamos escrituras; se  acabaron los meros compañeros de juego, reclamamos camaradas del alma.
6.  El derecho al bovarismo
    (enfermedad de transmisión textual). La satisfacción exclusiva e    
inmediata de nuestras sensaciones: la imaginación brota, los nervios se 
   agitan, el corazón se acelera, la adrenalina sube y el cerebro   
confunde, (momentáneamente) lo cotidiano con lo ficticio.
7. El derecho a leer en cualquier lugar. El viejo Clemenceau daba gracias a un estreñimiento crónico, sin el cual, afirmaba, jamás habría tenido la dicha de leer las Memorias de Saint-Simon.
8.  El derecho a hojear.
    Autorización que nos concedemos para coger cualquier volumen de   
nuestra  biblioteca, abrirlo por cualquier lugar y sumirnos en él un   
momento.  Cuando no se dispone de tiempo ni de medios para ir a Venecia,
   ¿por qué  negarse al derecho de pasar allí cinco minutos?
9. El derecho a leer en voz alta. Flaubert, que peleó contra la música intempestiva de las sílabas, sabía de la tiranía de las cadencias, que el sentido es algo que se pronuncia.
10. El derecho a callarnos. Nuestras razones para leer son tan  extrañas como nuestras razones para vivir. Y nadie tiene poderes para  pedirnos cuentas sobre esa intimidad.

 
 
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